miércoles, 23 de marzo de 2011

Un cuento en Entredicho: Prologo

Lo que sigue es el principio de la continuación de "Un Cuento en Peligro". Es algo que escribí hace mas de un año´, y que posiblemente sufra cambios cuando me ponga a ello de nuevo. Pero creo que es interesante. Escribiendo esto me di cuenta de que el segundo libro iba a ser mas extenso que el primero, y decidí revisar el primer libro antes de ponerme con el segundo. Arreglar tanto los posibles fallos como el estilo, y que el conjunto resultara mas fuerte.

Es un proyecto que aprecio mucho, y una de esas cosas que se que voy a continuar, aunque me tome mi tiempo.


UN CUENTO EN ENTREDICHO
Prologo:
El Amor de Una Extraña Dama



Aquel habría de ser su hogar hasta que la muerte lo reclamase. El mismo había transportado las piedras, recogidas aquí y allá, encontradas ocultas en los recovecos mas oscuros y escondidos de las montañas que les rodeaban. Había talado arboles plantados cuando sus abuelos apenas si habían nacido, y cortado la madera dándole forma de vigas, alféizares, muebles y utensilios del hogar. Todo lo necesario para poder vivir en paz y tranquilidad. Todo en aquella casa hablaba de tesón, de persistencia, y a su modo de ver, de amor.



Porque todo lo había hecho por su familia. Aquel debía ser su refugio, su pequeño rincón seguro, alejado del mundo, a resguardo de miradas indiscretas y acusadoras, de rumores y prejuicios. Lejos del resto de habitantes de aquella isla. Nunca se había sentido a gusto rodeado de tanta gente. Siempre se sentía observado, y tenia la sensación de que la gente hablaba a sus espaldas. Deseaba intimidad, poder disfrutar con su familia, alejados de todos aquellos paletos.



Cuando logro encontrar aquel pequeño valle, sintió que por fin había hallado el lugar donde criar a sus hijos. Pero pronto la noticia se propago en el pueblo. La gente empezó a hablar de nuevo a sus espaldas, con mas descaro todavía que antes. Hubo incluso quienes se atrevieron a visitarle, a tratar de disuadirle, enarbolando la bandera de amigos preocupados por el y su familia. Decían que el lugar estaba encantado, que la Vieja Raza no le acogería con agrado en su reino. Sandeces.



Pero eran locuras que podían servirle a sus propósitos. Estaba cansado de los cotilleos incesantes de las viejas, de la vida en un lugar tan cerrad, tan publico, de que cada decisión tomada fuera juzgada por todo el mundo. Aquel pequeño valle, y su leyenda, le protegería de miradas y de oídos indiscretos. Si, la decisión de construir allí la casa atraería los peores rumores, quejas y criticas que se hubieran oído jamas en aquella isla. Pero al menos no estaría allí para oírlas. La gente no se acercaría a decirle lo errado de su actitud. No vendrían a darle consejos amistosos.



El valle les mantendría alejados, y podría vivir en paz, junto a su esposa y sus hijos. Nada podría perturbarles allí…









La tierra de aquella isla tenia una cualidad especial. La mezcla que tenia la hacia propicia para muchos usos, y uno de los mas habituales era la fabricación de pequeños ladrillos de barro que una vez secos, se podían despiezar para lanzar al fuego. Al contacto con el fuego emitían un olor que inundaba la casa, suave y cálido, y que se decía que protegía el hogar de los espíritus. Cuando se instalo por primera vez en el valle, había cortado varios de aquellos ladrillos, dejándolos secar durante el día, dispuesto a seguir aquella vieja tradición. Era consciente de que los habitantes del pueblo hubieran considerado aquello una falta de respeto a la Vieja Raza, pero no sentía gran preocupación por aquellas cosas.



El día que considero que los primeros ladrillos estarían en las condiciones adecuadas se acerco a la zanja donde los había puesto al sol. Al llegar, se encontró con una Dama de gran belleza, con un hermoso traje de seda verde, bordado en oro. El traje, aunque de corte sencillo, parecía propio de una princesa. Aquella Dama parecía estar esperándolo, de pie, irradiando tranquilidad, junto a los ladrillos de barro.



-Buenos días



La Dama lo miro por un momento, sonriendo. Después se acerco lentamente, rodeándolo. Parecía como si el tiempo se hubiera detenido, y no hubiera en el mundo mas movimiento que el de aquella hermosa mujer. La mujer le contemplo detenidamente, analizando cada detalle hasta detenerse de nuevo ante el, su rostro a solo unos centímetros.



-Buenos días – susurro ella al fin.- Veo que os habéis establecido con buena fortuna en este valle. Me agrada vuestra presencia.



-Es un lugar tranquilo para vivir, y eso es todo lo que busco. ¿Acaso vivís en las cercanías?



La mujer miro tras de si, en dirección al risco montañoso que coronaba la colina central del valle. Cuando volvió a mirarle, hubiera jurado que había un cierto fuego en sus ojos, una imagen de un castillo antiguo reflejada en sus pupilas.



-Podría decirse que así es. Es un lugar tranquilo, es cierto, y sois bienvenido a el. Os he visto construir vuestra morada, colocar las piedras, dar forma a la madera. Me habéis dejado ciertamente… interesada.



-Lamento decir que es la primera vez que os veo.



Para su sorpresa, la mujer se acerco aun mas a el, dispuesta a susurrarle al oído. Sintió el roce de su vestido de seda en el pecho, el olor a naturaleza de su pelo, la caricia de sus labios en la mejilla. Las piernas apenas si lograron mantenerle en pie ante la sensación de vértigo que le invadió.



-¿Deseáis verme de nuevo?



Cerro los ojos, sintiendo como su corazón se aceleraba. En aquel momento no deseaba otra cosa que acariciar el cuello de la Dama, sentir el roce de su pelo en los dedos, volver a notar los labios tan cercanos…



-Si…



Y cuando volvió a abrir los ojos, la Dama había desaparecido, como si solo hubiera sido un sueño.











Al acercase a la casa, pudo percibir el fuerte olor de la comida que su esposa había preparado para la familia. Aún sentía la presencia de aquella Dama cerca, pero con cada paso que daba hacia su nuevo hogar, la notaba mas y mas distante. Era como lograr salir de la niebla del camino al llegar a un lugar civilizado, lleno de luz y vida, dejando atrás el enigma de lo desconocido.



Un golpe súbito en las rodillas lo saco de su embelesamiento, y al mirar se encontró con la mirada de su hijo menor, el mas pequeño de los tres diablillos que le alegraban los días, y cuyas travesuras le quitaban a veces el sueño.



-¡Tengo hambre, padre! ¿Por qué has tardado tanto? No me dejan empezar sin ti.



El hombre lo cogió en brazos, sonriendo, y avanzo hacia la casa. Cualquier rastro de aquel extraño encuentro se había desvanecido, y volvía a estar en su hogar.



-Por mucha hambre que tengas, debes esperar a que llegue. Todos debemos estar a la mesa, y dar gracia por los alimentos.



-Tengo hambre…



Sacudiendo el pelo del niño mientras lo dejaba de nuevo en el suelo, entraron en la casa, aquella casa que había construido con sus propias manos. Su esposa estaba ante la mesa, terminando de colocar los platos, con un cazol humeante de estofado colocado en el centro de la mesa. Se sento en su sitio, presidiendo la mesa, y los niños acudieron todos a sus asientos, el menor relamiendose ante la perspectiva de la comida.



Cerro lo ojos y dio gracia.









Aquella noche se presento fría, y todos se sentaron ante el fuego antes de ir a acostarse. El hombre miro las llamaradas, siseando ante el, un baile que le encandilaba. Creía oír susurros, pequeños secretos que le eran confiados en la intimidad de su hogar. Se sentía a salvo tras esos muros. Lo había logrado, estaba en paz, lejos de rumores, cuchicheos y miradas indiscretas. Tenia a sus hijos junto a el, siempre jugando y riendo. Tenia a su esposa a su lado, fuerte y bondadosa, que le había apoyado en los momentos más inciertos de sus vidas.



Aquella noche dormiría tranquilo. No encestaría el pequeño ladrillo de barro para hacer que su casa destilara alegría.











Varios días después el hombre salio a pasear, sin saber muy bien hacia donde. Hacia un día hermoso, y quería respirar el aire de libertad que adoraba de aquel paraje. Sin saber muy bien como, de pronto se dio cuenta de que había subido hasta lo alto del risco de piedra que había en el centro del valle. Sentía que desde allí podía ver todo lo que le rodeaba, toda la naturaleza, toda esa libertad. El único rastro de civilización era la columna de humo que se alzaba desde su propia casa. No podía ver su hogar, pero estaba allí y de algún modo, por un momento, se sintió ofendido. Como si la mera presencia de su casa, de ese hogar que el mismo había construido fuera ofensiva. Deseaba ser uno con la naturaleza, en aquel lugar se sentía en paz. Y el olor. El olor en aquella montaña le era tan familiar.



-Es una hermosa vista, ¿verdad?



Se giro bruscamente, sorprendido por la presencia repentina de aquella extraña Dama allí, aparecida a su lado de la nada. Sin embargo la sorpresa duro poco. De pronto recordó donde había percibido aquel olor. Era la esencia de su presencia. Debería haberse dado cuenta antes pero había apartado de su mente aquel primer encuentro, por alguna razón que no lograba recordar. Era obvio que ella ya estaba en la colina cuando el llego, pero había subido tan ensimismado que no se había dado cuenta de ello. Apenas pudo balbucear un saludo, avergonzado.



-Disculpadme, no os había visto.



Ella sonrió, y esa sonrisa hizo desvanecer toda incertidumbre.



-A veces subo aquí arriba, a contemplar lo hermoso de este reino. Me gusta estar aquí. Me siento segura. Me siento en casa.



-Es un hermoso lugar al que llamar hogar. Es por ello que vine aquí a vivir.



La Dama giro sobre si misma y comenzó a andar por el risco, que descendía había abajo un par de metros antes de subir de nuevo, formando un pequeño pico reducido, casi como si fuera el estrecho torreón de un castillo. El hombre la siguió, pero se quedo en la parte mas baja, observandola. Era como si una reina observara sus dominios. Su porte resultaba majestuoso. El hombre sintió que su corazón latía fuertemente, como nunca antes lo había hecho. Si en ese momento aquella Dama hubiera pedido su vida, su propia alma, el se la hubiera ofrecido sin dudarlo.



-Es un hermoso lugar, si, pero pronto se volverá un lugar solitario.



-¿Por qué razón?



-Mi… familia, llamemosla así… desea volver a su tierra Natal. Somos parte de esta tierra, de estas islas, pero se avecinan malos tiempos, y pronto no tendremos muchos sitios donde ir. Pronto quedaremos atrapados si no nos vamos ahora.





-Y vos, ¿deseáis iros?



La Dama le miro, una mirada cansada, triste. Lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos y, avergonzada, se giro, dándole la espalda, tratando de que no viera su dolor. El hombre subió la pequeña pendiente y se acerco a ella, cogiéndola por los brazos, tratando de ofrecerle algún tipo de consuelo. Ella se volvió y dejo que la rodeara con sus brazos, llorando en su hombro.



-¿Vos deseáis que me vaya?



El hombre le dio un leve beso en la mejilla, y luego alzo su rostro, haciendo que le mirara a los ojos.



-Desearía que os quedarais. Desearía poder besaros, y protegeros tanto tiempo como fuera posible. Desearía estar siempre a vuestro lado, y que nunca dejarais el mio.



Cuando sus labios se rozaron por primera vez, el mundo entero reflejo la plenitud de aquel beso. Las nubes se aceleraron, dejando una leve estela a su paso. El sol brillo con fuerza antes de esconderse en el horizonte, para ser sustituido por una luna que fue menguando con cada aparición. Los prados crecieron, los arboles dieron fruto y perdieron las hojas, solo para verlas crecer de nuevo. El mundo se movió a su alrededor mientras los dos amantes se besaban.Y por un momento ambos fueron felices.



Pero en pocas ocasiones un sentimiento así dura mucho entre la Vieja Raza.











No recordaba cuanto tiempo llevaba en aquel lugar, ni como había llegado hasta allí, pero aquel castillo era su nuevo hogar. Pasaba el día junto a su amada, bailando a veces, otras paseando por el valle, otras aprendiendo el arte de las armas. Tras las copiosas cenas, compuestas por todo tipo de manjares que jamas había siquiera oído mentar, ambos se sentaban en una gran sala en el corazón del castillo, repleta de grandes tapices y murales de todo tipo, y en cuyo centro se alzaba una gran hoguera que ardía continuamente, mas no generaba ningún tipo de humo. El calor que desprendía aquel fuego parecía propagarse por todo el castillo, manteniéndolo cálido y comfortable, no importaba la distancia a la que se encontraran de la sala. Allí se sentaban juntos, recogidos uno junto al otro, mientras el leía en voz alta uno de los múltiples libros de la biblioteca del castillo, cuya narración la Dama acogía con una sonrisa. Era una existencia idílica, y aquel hombre se sintió feliz durante un tiempo, hasta que las extrañas cosas que presenciaba, y a las que no daba importancia, comenzaron a hacer poso en su consciencia, en la parte mas oculta de su ser, y a arremeter contra aquella tranquilidad como un ariete formado por las dudas.



Eran muchas las cosas extrañas, pequeños detalles, que iban germinando la sombra de la incertidumbre. El maestro de armas era una de las principales. La Dama había insistido en que dada su nueva posición, debía dominar el arte de las armas y el combate, y había encargado al maestro de armas que le inculcara todos sus conocimientos. Todas las tardes ambos entrenaban en el patio principal del castillo, y todas las tardes el hombre sufría una terrible derrota tras otra a cargo de aquel ser. Su nombre era Den, y era una criatura que dificilmente se podía calificar de humana. Su rostro y torso eran básicamente humanos, pero de cintura para abajo tenia el cuerpo de un caballo de batalla, un destrero grande y fiero. Den manejaba las armas con un don innato, como si fueran parte de si mismo. La lanza, la espada y el escudo no tenían secretos para el, y era capaz de ensartar un halcón con su flecha a gran distancia y sin apenas concentrarse.



El hombre al principio no se dio cuenta de su extraño aspecto, pero cuanto mas tiempo pasaba en el castillo, mas extraño parecía todo. No solo Den, sino todo alrededor. Sin embargo, el amor que sentía por la Dama hacia que tales dudas quedaran en segundo plano. Hasta el día en que llego la ultima Caravana.









Aquella tarde los dos amantes habían salido a pasear por el valle juntos, y aunque por lo general aquel tipo de actividades solía alegrar a la Dama, aquella tarde se encontraba realmente alicaída. Se detuvieron junto a un gran árbol y se dispusieron a comer algo, mientras el intentaba hallar un modo de animarla. Se dispuso a coger uno de los libros que había traído con el propósito de leerle algún pasaje especialmente hermoso que elevara su animo cuando un gruñido sordo comenzó a sonar tras ellos. El hombre se giro y se encontró de frente con un gran lobo dispuesto a lanzarse sobre ellos. El se levanto lentamente, sin apartar la mirada de los ojos de la bestia, y comenzó a moverse a su alrededor, alejándolo de su Dama, cuyo desanimo se había tornado en emocionada expectación. El hombre saco su espada tan rápido como pudo, ante lo cual el lobo se abalanzo sobre el. Nunca antes había luchado contra ninguna criatura, y solo había usado su espada en los entrenamientos, cuando se enfrentaba a Den para comprobar si lograba dominar las lecciones recibidas. Sin embargo, demostró ser ágil al esquivar la primera arremetida del lobo echándose a un lado, y rápido al aprovechar ese movimiento para seguirlo con un golpe certero con el filo de la espada en el cuello del animal. Sin embargo el corte no fue limpio y el animal aun vivía, aunque totalmente indefenso y desangrándose con velocidad.



El hombre miro a los ojos a aquella criatura, y sintió una punzada de culpa, que se le quedo clavada como una astilla en el animo. Alzo la espada y termino lo que había iniciado, liberando del sufrimiento a la pobre bestia. Después, con la hoja de la espada aun empapada en sangre, la enfundo en el cinto y volvió hacia su Dama, que había contemplado el suceso con admiración.



-Eres valiente y fuerte, querido. Me alegro tanto de tenerte a mi lado. Necesitare tu fuerza en los tiempos que se avecinan.